Con el frío se me pone
pequeña
y arrugada, encogida, moldeable y amorosa
como una lombriz ante la muerte.
En esa posición, indefensa,
me gusta acariciarla,
sentir su tacto,
sus cartílagos gelatinosos
refugiados entre las manos
hasta que, poco a poco,
con el calor de la sangre,
recobra la fuerza indomesticable
y aburrida
que la predispone
para el sexo.
Para el verso.